Las ballenas se queman la piel, tienen ampollas y se ponen morenas. Son algunas de las conclusiones más llamativas de un estudio publicado esta semana en Scientific Reports, en el que se ha estudiado la piel de tres tipos de ballenas durante un período de dos años a su paso frente a las costas de California. Entre 2007 y 2009, los investigadores tomaron 106 muestras de la piel de ballenas azules, 55 de rorcuales comunes y 23 de cachalotes, y las biopsiaron en busca de mutaciones e indicadores genéticos.
Las conclusiones, después de estudiar el ADN mitocondrial de las células de la piel, son muy interesantes: descubrieron que las ballenas azules- la especie que tiene la piel más clara de las tres – se ponen morenas durante el periodo en que reciben una dosis extra de radiación ultravioleta, cuando navegan por aguas soleadas antes de volver al norte. Los cachalotes, que pasan mucho tiempo en las profundidades, no se oscurecen sino que las células de su piel producen una respuesta con antioxidantes similar a la de los humanos, lo que puede llevar a daño celular. Y los rorcuales son los que menos daño sufren por el sol ya que tienen grandes concentraciones de melanina en la piel.
El hecho de que las ballenas azules se pongan morenas es llamativo, pero ya se había observado en otras especies marinas, como el tiburón martillo o el besugo. La parte más prometedora de la investigación está en que abre algunas vías para conocer si los cetáceos desarrollan cáncer de piel y en la posibilidad de conocer mejor el proceso de envejecimiento de las células en humanos.
Pero lo más fascinante es quizá la posibilidad de utilizar a las ballenas como “detectores móviles de radiación”. En los últimos años, alertan los investigadores, ha aumentado el número de casos de peces, anfibios e invertebrados que presentan daños en la piel por la radiación ultravioleta. A pesar de que el agujero de ozono se recupera paulatinamente, la radiación UV sigue representando una amenaza. De hecho, los avistamientos de ejemplares de ballena con ampollas en la piel se han multiplicado en los últimos años. Por la distribución y longevidad de las ballenas, argumentan los autores del trabajo, “los cetáceos podrían reflejar las variaciones de la incidencia de los rayos ultravioletas a lo largo de escalas espaciales y temporales y ser considerados por tanto como ‘barómetros oceánicos de radiación UV’”. “Las ballenas reflejarán las dosis de UV que recibe el océano”, asegura en National Geographic Mark A. Birch-Machin, coautor del estudio. “Como si fueran dosímetros flotantes, serán una señal de la salud del océano”. El siguiente paso es averiguar si otros mamíferos marinos, como las morsas, presentan tasas de daño similar por radiación, y añadirlos a esta especie de red de detección global.
Referencia: Whales Use Distinct Strategies to Counteract Solar Ultraviolet Radiation (Scientific Reports)
Sobre el autor: Antonio Martínez Ron es periodista
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